miércoles, 2 de septiembre de 2015

El primer día en Moscú (De jefes y presidentes, alegría, sueños y bicicletas)

Llegué a Moscú el último día del verano Ruso, un domingo en la madrugada, a las 5:45am. La estación era gigante, y aún desde tan temprano el caos de gente yendo para un lado y otro era abrumador. No sé que hubiese hecho de no ser por Katya, a quien conocí en el Transiberiano. 

Al subirme al Transiberiano ya no estaba tan nervioso, si no más bien resignado y expectante al mismo tiempo. Los vagones en tercera clase son abiertos y comparten el espacio 6 camas, es decir, 6 personas. En el mio iba una abuela Ucraniana con su nieta de unos 8 años Violeta, un señor de edad, nostálgico de la Unión Soviética y Katya. Después a mitad de trayecto se sumo uno más, un tipo gracioso y bien interesado en que tipos de licores tomábamos en Chile. La cosa es que ninguno hablaba inglés, excepto Katya. Ella hizo de traductora todo el viaje y conversamos por horas y horas durante esos tres días. De hecho, el primero no conversé mucho, porque no sabían que no hablaba Ruso y pensaban que era medio antisocial, no fue si no hasta una parada, creo que en Nobosivirsk, que le pregunté a Katya afuera del tren si es que hablaba inglés.

Se me hizo corto el tiempo, sobre todo conversando con ella. Resultó que era periodista también, aunque estaba terminando un magister de Documental en Moscú, y su tesis era sobre una comunidad que iba a ser desplazada para construir una represa al norte de Krasnoyarsk, su ciudad natal. Resultó también que era la primera persona vegetariana que he conocido en Rusia y que le gusta filosofar y divagar sobre la vida, así que se nos hizo fácil el camino. Era Cristiana Ortodoxa, después de haber sido agnóstica, así que conversamos mucho sobre religión y otros temas. La vida. 

También jugamos mucho con Violeta y le enseñamos algo de inglés -que estaba aprendiendo en el colegio- y un poco de español. Ella, con su abuela, se iban a encontrar con sus padres en Moscú y de ahí partirían de vuelta a Ucrania, a su ciudad natal, que está en la zona de conflicto. Pero iban por un tiempo, para arreglar ciertas cosas, ya que querían volver a Krasnoyarsk. Así conocí un poco más de cerca sobre lo que está pasando en Ucrania, y con el tiempo y estos días, he ido entendiendo las distintas miradas sobre la situación, ya que a Chile solo llega una sola.

Se me esfumaron esos días de tren, los paisajes vastos, las hojas de colores potentes y sobrecogedores, las ciudades, la gente. Y yo conversando con Katya, y ese colorido grupo de mi vagón del tren.

Cuando llegamos a la estación me fui con Katya y una pareja de amigos que la fueron a buscar junto a su novio, pero el se tuvo que ir al rato. Ella y su amiga, su pareja también se tuvo que ir, me invitaron a tomar desayuno, y uno típico ruso: Kasha. Nos pasamos así buena parte de la mañana riendo y comiendo, hasta que su amiga se tuvo que ir al trabajo y Katya se ofreció a mostrarme la ciudad, así que fuimos al centro en metro, mi primera experiencia con esa obra de arte, y llegamos a Arbat primero, algo así como el paseo Ahumada ruso, en donde vi la muralla dedicada a Viktor Tsoi, el mural a Yukov, y muchas otra cosas, cuando casi no había gente, ya que aún era Domingo por la mañana.

Después fuimos caminando por ahí y por allá y llegamos a la Catedral Ortodoxa, presencié una misa y quedé absorto en la belleza del lugar, en los colores de las túnicas de los sacerdotes, las pinturas, las decoraciones -bastante ostentosas y lujosas-, el coro y así. Katya aprovecho ya que quería ir a misa y creo que me alegró mucho verla feliz y entusiasmada, o dedicada serenamente mejor dicho, a la misa, fue casi como si me hubiese dado cierta nostalgia por esa sensación, un tanto pura, que es la Fe en una iglesia. Mal que mal, hay algo comunitario en ello, y eso tiene su belleza.

Después seguimos por el centro y fuimos al Kremlin, la Plaza Roja, y cuando estábamos ahí, pensando en que íbamos a hacer para almorzar, recordé que había quedado a la 1pm con el tipo de CouchSurfer con el que me iba a quedar, así que lo tuve que llamar para pedirle disculpas, quedar de llegar allá en unas horas, volver al departamento dónde habíamos dejado nuestras cosas e ir a dónde vivía Artyum, con quien me he quedado estos días.

Y así lo hicimos. Riéndonos, jugando, conversando. Y como ella también andaba con su mochila, parecíamos realmente dos turistas paseando por Moscú. Quiso acompañarme hasta la puerta del departamento de Artyum, para cerciorarse que fuera "una persona normal", y ahí nos despedimos, pero quedamos en vernos al día siguiente. 

Artyum es un tipo relajado, es programador y trabaja en Yandex, el google ruso, así que tiene todas las comodidades de ese caso, que incluyen los horarios propios. Por eso se acuesta usualmente a las 5 de la mañana y se atipo 12, 1pm, entre otras cosas. Cuando llegué, conversamos un rato, ya que habla español muy bien y va a ir a Chile en diciembre. Conoce a Víctor Jara y ha investigado bastante del cono sur, ya que también irá a Argentina y Uruguay. Al tiempo me pidió un poco de privacidad para practicar acordeón y yo me fui a la cocina, en dónde me quedé dormido, ya que había sido un día extremadamente largo (nos despertaron a las 4am en el tren, para arreglar todo antes de llegar a Moscú). 

Una o dos horas después Artyum me pregunta si quiero acompañarlo a andar en bicicleta, una o dos veces por semana hace un recorrido de 22 kilómetros a lo largo del río Moscú, de noche. Yo, medio despierto medio durmiendo, le dije: ya.

Y así fue que me encontré repentinamente, pasada la medianoche, mirando la luna llena sobre el río y las magníficas construcciones iluminadas que lo rodeaban. Vi cosas increíbles, casi mágicas, influencias árabes, bizantinas, europeas medievales y sus sombras que jugaban con las luces de la noche. Y terminé destruido. Pero llegué al fin.

Conversamos un poco más antes de dormir, y con más recuerdos de los que puedo llevar en mi memoria, se fue el primer día en Moscú.

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