viernes, 22 de mayo de 2015

Escaleras japonesas


Me pregunté que me gusta hacer. A fin de cuentas no quiero volver a lo de antes, ni a un sea lo que sea. Sé por ejemplo que no me gusta vender, no me agrada el tener que acercarme a la gente por cierto interés. Pero no se puede sobrevivir con una anti-acción, con un rechazo a. ¿Qué es lo que me gusta?, me pregunté, mientras movía calmadamente de un lado a otro la escoba.

Y me dí cuenta. Me gusta limpiar escaleras japonesas.

Después de terminar con el aseo de las piezas, los baños y las demas cosas dentro del hostal la última pega es la limpieza de afuera, la puerta, un pasillo y finalmente una larga escalera que llega a la calle. Usualmente es lo último que hago y por lo mismo me puedo tomar el tiempo que quiera en aquella tarea, ya que solo tengo que trabajar hasta las 2PM, y al llegar a ese punto ya casi es la hora.

Y mientras barría me daba cuenta de cuanto me gustaba. Los pensamientos se alinean mientras meticulosamente pongo las hojas en la pala, y si bien la tranquilidad es apabullante no es un trabajo excento de estrés. Siempre me recorre un escalofrío cuando veo algo moverse dentro de la basura que he juntado, y es que procuro no matar ningún insecto desde hace un par de años, así que a veces tengo que esperar un buen tiempo a que se alejen del montonsito que he juntado, o de la trayectoria que sé habrá de seguir la escoba, aquellos puntos negruzcos que afortunadamente son más fuertes que mi torpeza.

Pero a veces cierta prisa, la obstinación con cierto lugar, o cierta hoja, hace que me olvide de aquellas vidas y no puedo si no cuestionar mi consideración, mi real aprecio por la existencia, que se hace tan frágil en esos segundos, que temo de mi mismo. Y el esfuerzo se centra entonces en retomar la conciencia, en reconocer el tiempo, que se presenta abierto, sin trucos ni trampas, generoso. Y vuelvo a esperar a que avancen aquellos seres, misteriosos, porque nunca nadie les a preguntado nada.

Entre tanto pasa alguien, bajando o subiendo, señoras que se acompasan naturalmente a mi ritmo cansino, jóvenes, oficinistas, damas de una común belleza exótica, y otros, seres de la ciudad que deciden girar en cierto lugar, en cierto momento. Y de vez en cuando escucho un "Sumimasen", mientras espero, con la cabeza media gacha y sonrisa a tres cuartos, que todo vuelva a ese silencio complice entre la escalera y yo.

Pasan también por la calle personas que por momentos, breves segundos, se distraen de su camino para ver furtivamente a ese "gaijin" limpiando una escalera. Y ya he aprendido como capturar esas miradas en el momento exacto, como un fotógrafo aguardando por sus presas. Armado de una escoba y una pala enfrento al orden de la normalidad. A ese día a día, en sus caminos.

Huelga decir que en la limpieza de la escalera concentro todos mis esfuerzos, serena pero implacablemente. Buscando la perfección en cada escalón. A veces pienso en la futilidad de tanta dedicación pues en un par de horas -o menos- el viento hará lo suyo, y ya todo estará cubierto de hojas y algo de basura. Pero termino pensando en aquellos monjes tibetanos que hacen esos hermosos cuadros con arena durante semanas para, después, deshacerlos en un instante. Y guardando las proporciones, desemboco en el entendimiento. Pequeño entendimiento. De la belleza, del flujo de la vida, de la fuerza y la energía, la honestidad, los impulsos y la conciencia. Barriendo las hojas de una primavera ajena que, de a poco, se me hace amiga. 

Y así me di cuenta que me gusta barrer escaleras japonesas.

No sé como serán las marroquíes, las portuguesas ni las salvadoreñas, quizás algo averigue de las coreanas y las alemanas. Con suerte de las mongoles. Pero sé que podría seguir limpiando escaleras en Japon, y al terminar, soplar con el viento, el kamikaze, todo, hasta llegar a antes del inicio.

Por otro lado ayer fui a Osaka, recorrí casi toda la ciudad caminando bajo un hermoso cielo, pasaron muchas cosas, y también en estos días he agarrado la bicicleta, saliendo a explorar, conociendo lugares, perdiendome y encontrando. Siguiendo esa micro-filosofía de vida que se me apareció por ahí, la de los días sencillos.

En realidad, han pasado varias cosas para contar en estos días.




domingo, 10 de mayo de 2015

(Colección) ..de días sencillos


Creo que llevo poco más de dos semanas en Kobe. No estoy seguro. Pero si estoy seguro de que ya llevo más de un mes en Japón: alrededor de dos semanas de viaje y el resto ha sido este semi viaje, o viaje quieto, que es la vida en un hostal. Igual he recorrido los alrededores, como Himeji, en dónde vi el hermoso castillo que fue el primer patrimonio cultural de este enigmático país. Pero es distinto. La vida en el hostal es sencilla, apacible. Y me dejo llevar por eso.

Al final solo trabajo 3 horas algunos días a la semana y con eso pago la estadía. De vez en cuando nos invitan a comer a los del staff o nos dan algo, como un obento, y así se pasan los días. La gente es amable y el entorno es igualmente amable, hasta casi cálido.

Ya voy casi en la mitad de El Pájaro que le Daba Cuerda al Mundo de Murakami, que por lo demás me parece muy pertinente de leer por estos lados. Fui también a un partido de fútbol (vamos Vissel Kobe!), a unos cuantos bares, a dar vueltas, a parques, pero aún me pierdo en esta ciudad. Me falta algo. Me falta aplanar la calle, mirarla distinto. El hecho de que usualmente haya salido con gente que conoce la ciudad a influido en eso también, en un relajo que acuna la ignorancia. Pero poco a poco, algo voy captando.

Puede ser también que la incertidumbre de los primeros días haya impedido que nuestra relación progrese, aquella entre humano y ciudad. Y es que no sabía cuanto me quedaría acá, pero hace unos días conversé con la jefa, que es muy buena onda, y acordamos que me quedaré hasta comienzos de Junio. Aún tengo el pasaje para Corea con fecha del 12 de mayo, por lo que solo tengo mañana para aplazarlo, o botarlo y ver algo nuevo. Y no sé mucho más. Nada de nada. Una vida Jon Snow.

Bueno, igual algo sé. Sé que el tiempo a estado jugando conmigo. Lo que fue ayer, hace unos meses, unos días, unos años, todo se trastoca. Las semanas, las horas. Y tal como el mismo Murakami hacía notar a través de uno de sus personajes, para mi, el tiempo ha dejado de ser lineal para pasar a ser un fluido, que se alarga y contrae a su antojo.

Pero aún así quiero aprovecharlo, el tiempo acá. ¿Cómo?, pues me he vuelto un coleccionista de días sencillos en lugares extraños.

Extraños para mi, claro. Coleccionista de tardes tibias, paseos sin prisa, pocas fotos, escritos en libretas, pensamientos que se quedan en las esquinas esperando que alguien les acerque a casa.

Y entre tanto, seguiré intentando encontrar el camino más adecuado para nadar contra la corriente, de forma natural.

Entre las cosas divertidas de estos días, la jefa (Mayumi, y que insisto, es increíblemente amable), compró un nuevo espacio que antiguamente era un bar y quiere abrir un segundo hostal ahí, así que algunos días -en vez de limpiar acá, dónde me estoy quedando-, me voy para allá a sacar basura y ordenar. Es un poco más físico, pero por lo mismo tiene ese aire de trabajo bruto que limpia por dentro, a la vez que ensucia el cuerpo.

También he conocido gente muy especial, Simon se fue para Tokyo para después marchar a Corea, y en su lugar llegó Masaki, un tipo alegre y muy buena onda, además de Tomoko, otra chica de muy buen kokoro (corazón). Con ellos ya somos como un equipo, hemos ido a unas cuantas partes por aquí y por allá, festivales, bares, discos, y hasta una presentación de música de Indonesia. Y me han hecho bastante amenos estos últimos días. Además no hablan muy bien inglés y yo no hablo muy bien japones (de hecho no hablo, solo sé un par de palabras) así que nos ayudamos mutuamente y practicamos entre nosotros.

También están los otros chicos del staff con quienes he compartido estas semanas, la Aki, el Hiro, la Mariko, la Haruka, pura gente linda. Eso abunda por acá de hecho, la gente linda. Buena.

Es muy interesante Japón, de verdad que sí. No me siento con la confianza como para hablar de "el país", nadie puede, en ningún caso. Pero si puedo hablar de ciertas proyecciones, generalidades aparentes, y eso es suficiente para plasmar unas cuantas cosas dignas de una pausada y profunda reflexión, pero no creo que sea el momento.

Este es el momento de marcar un punto.


Fotos:

En Nakamura, el ex-bar tradicional y futuro hostal:



 En un festival de música en el Minatogawakoen (parque) y alrededores:




De fiesta por ahí:

                                     





De paseo por Kobe:













Una de esas noches:















Y un paseo por allá, dónde crece el bambú:







De paseo en Nada, la ciudad de las sakerias (no tengo muchas fotos de ahí, pero si recuerdos del sake)