Me pregunté que me gusta hacer. A fin de cuentas no quiero volver a lo de antes, ni a un sea lo que sea. Sé por ejemplo que no me gusta vender, no me agrada el tener que acercarme a la gente por cierto interés. Pero no se puede sobrevivir con una anti-acción, con un rechazo a. ¿Qué es lo que me gusta?, me pregunté, mientras movía calmadamente de un lado a otro la escoba.
Y me dí cuenta. Me gusta limpiar escaleras japonesas.
Y me dí cuenta. Me gusta limpiar escaleras japonesas.
Después de terminar con el aseo de las piezas, los baños y las demas cosas dentro del hostal la última pega es la limpieza de afuera, la puerta, un pasillo y finalmente una larga escalera que llega a la calle. Usualmente es lo último que hago y por lo mismo me puedo tomar el tiempo que quiera en aquella tarea, ya que solo tengo que trabajar hasta las 2PM, y al llegar a ese punto ya casi es la hora.
Y mientras barría me daba cuenta de cuanto me gustaba. Los pensamientos se alinean mientras meticulosamente pongo las hojas en la pala, y si bien la tranquilidad es apabullante no es un trabajo excento de estrés. Siempre me recorre un escalofrío cuando veo algo moverse dentro de la basura que he juntado, y es que procuro no matar ningún insecto desde hace un par de años, así que a veces tengo que esperar un buen tiempo a que se alejen del montonsito que he juntado, o de la trayectoria que sé habrá de seguir la escoba, aquellos puntos negruzcos que afortunadamente son más fuertes que mi torpeza.
Pero a veces cierta prisa, la obstinación con cierto lugar, o cierta hoja, hace que me olvide de aquellas vidas y no puedo si no cuestionar mi consideración, mi real aprecio por la existencia, que se hace tan frágil en esos segundos, que temo de mi mismo. Y el esfuerzo se centra entonces en retomar la conciencia, en reconocer el tiempo, que se presenta abierto, sin trucos ni trampas, generoso. Y vuelvo a esperar a que avancen aquellos seres, misteriosos, porque nunca nadie les a preguntado nada.
Entre tanto pasa alguien, bajando o subiendo, señoras que se acompasan naturalmente a mi ritmo cansino, jóvenes, oficinistas, damas de una común belleza exótica, y otros, seres de la ciudad que deciden girar en cierto lugar, en cierto momento. Y de vez en cuando escucho un "Sumimasen", mientras espero, con la cabeza media gacha y sonrisa a tres cuartos, que todo vuelva a ese silencio complice entre la escalera y yo.
Pasan también por la calle personas que por momentos, breves segundos, se distraen de su camino para ver furtivamente a ese "gaijin" limpiando una escalera. Y ya he aprendido como capturar esas miradas en el momento exacto, como un fotógrafo aguardando por sus presas. Armado de una escoba y una pala enfrento al orden de la normalidad. A ese día a día, en sus caminos.
Huelga decir que en la limpieza de la escalera concentro todos mis esfuerzos, serena pero implacablemente. Buscando la perfección en cada escalón. A veces pienso en la futilidad de tanta dedicación pues en un par de horas -o menos- el viento hará lo suyo, y ya todo estará cubierto de hojas y algo de basura. Pero termino pensando en aquellos monjes tibetanos que hacen esos hermosos cuadros con arena durante semanas para, después, deshacerlos en un instante. Y guardando las proporciones, desemboco en el entendimiento. Pequeño entendimiento. De la belleza, del flujo de la vida, de la fuerza y la energía, la honestidad, los impulsos y la conciencia. Barriendo las hojas de una primavera ajena que, de a poco, se me hace amiga.
Y así me di cuenta que me gusta barrer escaleras japonesas.
No sé como serán las marroquíes, las portuguesas ni las salvadoreñas, quizás algo averigue de las coreanas y las alemanas. Con suerte de las mongoles. Pero sé que podría seguir limpiando escaleras en Japon, y al terminar, soplar con el viento, el kamikaze, todo, hasta llegar a antes del inicio.
No sé como serán las marroquíes, las portuguesas ni las salvadoreñas, quizás algo averigue de las coreanas y las alemanas. Con suerte de las mongoles. Pero sé que podría seguir limpiando escaleras en Japon, y al terminar, soplar con el viento, el kamikaze, todo, hasta llegar a antes del inicio.
Por otro lado ayer fui a Osaka, recorrí casi toda la ciudad caminando bajo un hermoso cielo, pasaron muchas cosas, y también en estos días he agarrado la bicicleta, saliendo a explorar, conociendo lugares, perdiendome y encontrando. Siguiendo esa micro-filosofía de vida que se me apareció por ahí, la de los días sencillos.
En realidad, han pasado varias cosas para contar en estos días.