viernes, 25 de julio de 2014

Y al fin, un invierno menos frío que el anterior.

Dos semanas exactas desde la última vez que escribí.

Varias cosas han pasado, y la mayoría disfrazadas con formas de rutina. 

Tengo un trabajo desde hace una semana y media en una "Plant Nursery", que es algo así como una tienda/criadero de plantas. Es una buena pega, la mejor que he tenido hasta ahora de hecho, y principalmente por la gente con la que estoy. Son como tres señoras de entre 50 y 60 años, los dueños, que son una pareja y están en el mismo rango, y una chica polaca de mi edad, pero que lleva como 5 años en Nueva Zelanda, así que es prácticamente una Kiwi más. Y está pololeando hace como 8 años -aclaro no más, pera evitar confusiones-.

La cosa es que son muy amables, y cuando nos toca trabajar en el mismo lugar, que no es siempre pero si usualmente, conversamos de todo. Política, cine, música, la vida. A sido muy enriquecedor. Y tranquilo. También he tenido tiempo para estar solo con las plantas, para pensar, para contemplar.

Una de las buenas cosas de estar en un país con un idioma que no dominas del todo es que no puedes evitar sentirte un tanto idiota. A veces baja una impotencia extraña al no poder expresarte "normalmente", al no poder decir las cosas con la complejidad que se quisiera en el momento. Y eso no es malo. Bueno, lo es para el ego. Pero no es malo en general. Viéndolo desde otras perspectivas, he tenido que aprender a ser un poco más elocuente, aunque no sé si lo he logrado realmente. Y asimismo, me he tenido que concentrar en escuchar, en intentar comprender, más que en darme a entender.

De todas formas, de vez en cuando, atino con algún comentario usando palabras mas elaboradas,  y vuelvo al viejo yo. Lo bueno de eso es que me hace no caer en los extremos.

Toda mi vida en Chile fue construida en base al dominio de las palabras, no solo como estudiante/profesional de periodismo, no solo como Humanista en el colegio, no solo como intento -en constante fracaso- de poeta. Y se podría decir que la vida se construye en base a palabras, que la realidad se arma, se crea en base a las palabras, se podría decir eso y más. Pero me dí cuenta que incluso el sabor, ese pequeño porcentaje -ilusorio o no- que uno tiene de libre albedrío para formar su propia vida, yo decidí hacerlo de palabras. Repetitivo. Sí, quizás. Pero es lo que me salió más natural, palabras. Y música. Pero es una simbiosis eso. Un recursivo enredo que no fue pensado para desenredarse.

Como fuere, palabras. Aquí me tienen. Ayudándome a comenzar de cero (casi). Porque cuando estoy solo, desarmando las plantas en el cementerio, dónde se separan las plantas con las que trabajamos en el momento, haciendo madres, padres e hijos para las siguientes temporadas, sacándolas de sus bolsas negras y dejando la tierra que está en éstas, junto a las plantas que ya están muertas -he ahí el nombre-, me pongo a pensar, quizás incluso a meditar. Y me di/doy cuenta de todo lo que dependía de las palabras. Y me di /doy cuenta que ahora trabajo con mis manos, la tierra, el cielo abierto. Y me di/doy cuenta que se puede ser. De nuevo.

Creo que intuitivamente eso era lo que quería al partir. Creo que, afortunadamente, llegué a este momento y me di cuenta de el. Tal vez en un tiempo más lo olvide, tal vez sea una plataforma y todo lo que venga esté sobre este humilde -en el humilde sentido de la palabra- proceso de consciencia-en-acción. No sé.

Lo que si sé es que a veces veo mi pasado. Muy claro. Una brisa, o un golpe más fuerte del viento, la temperatura y el sol, uno que otro olor. Los recuerdos se dejan caer, fáciles. Sin dobles tintas. Y me veo en mi primer colegio, en ese día esperando a mi abuela, o cuando jugaba en el patio de adoquines de cemento rojo, o cuando bajaba las frías escaleras al subterráneo de la biblioteca. Y cuando fuimos con un pequeño grupo a ese paseo en lo que -creo ahora- era el Cajón del Maipo. Me transporto a calles, caminatas, casas. Recuerdo mis relaciones, los intentos dé. Las amistades, las que ya no están, las que esperan. Pero se me hacen borrosos los recuerdos ahora, lejos de ese lugar. Lejos del cementerio. Solo sé que ahí veo claramente lo que fui, y un poco más.

No sé cuanto tiempo más tenga este trabajo, como siempre. Pero de momento solo lo disfruto.


Dejaré algunas fotos más abajo y puede que pronto vuelva a escribir algo. Pero ahora me voy a recorrer alguna playa por ahí.


El camino al hostal y alrededores:








El camino a la pega, tras unas lluvias locas:



La pega:
















viernes, 11 de julio de 2014

El sofá y la chimenea


Van un par de semanas de intensa lluvia. Unos pocos días de sol se intercalan y no estoy acostumbrado a esto. Pero no está tan mal, paso prácticamente todo el día junto a la chimenea, viendo llover. Y es que tampoco hay mucho trabajo. Nuevamente los ahorros se desvanecen. Y con el pasar del tiempo se hace inevitable preguntarse estupideces, o no estupideces, pero preguntas sin sentido, de esas que sabes que no tienes la respuesta, que solo el tiempo dirá.

La incertidumbre como objeto de estudio es interesante. Como un agregado a la rutina, es atractiva. Como una constante es un desafío. Son tantas las batallas que se pelean, día a día, hacia adentro.

La casa en la que estoy al menos es relativamente cómoda, aunque dormimos 6 en mi pieza, que no es muy grande. En general hay un lío gigantesco con los enchufes, los espacios y las duchas, que tienen que ser muy cortas. A demás la tipa que administra el lugar está un tanto loca. Pero da lo mismo. La gente es buena, somos como unos veinte o más en total y no hay problemas graves, hay Internet relativamente decente y como decía antes, una chimenea, que tengo a mi lado ahora, mientras sigo viendo llover por el ventanal.

Quizás por lo mismo he pasado un buen tiempo sin escribir, la verdad que estos días podrían haber sido perfectamente una espiral disfrazada de círculo, pero -afortunada/desafortunadamente- el tiempo pasa. Nadie dijo que el invierno sería fácil. De hecho, casi todos a los que les pregunté al llegar me dijeron que sería la peor parte. Pero ya estamos acá, a mitad de Julio.

Debo decir, que nunca había visto llover tanto en mi vida.

No tengo idea de adonde me lleve esto, pero tampoco me imagino en otro lugar. Bueno, quizás sí en una playa caribeña, o en alguna isla del mediterraneo con una cerveza helada mirando el mar. Pero más allá de eso, no me imagino en otro lugar. Bueno, no en otro lugar hablando de lugar físico. Hablo de otro estado. Otro momento. En otra senda.

Por otro lado, pasó que hablé con mi padre. Extraña situación. Un tipo que es colega suyo trató de agregarme a Facebook, pensando que era él. Yo sabia que mi tía -su hermana- estaba preocupada, porque ya iban unos años sin tener noticias suyas, así que le envíe su teléfono a través del colega y bueno. Al tiempo mi tía me envió su mail, porque quería hablar conmigo. Esto fue hace unas semanas. Le escribí, me respondió y lo había dejado hasta ahí, pero ahora mi tía me dice que se van a encontrar en Mendoza (él no puede entrar a Chile), y que le escriba, que se siente solo.

Le escribí de nuevo, hace un rato y me preguntaba, poco después de terminar, ¿que es el perdón?, de verdad. Me lo sigo preguntando. Por lo demás se corta una racha de unos 12 años sin saber de él. Y también me corte el pelo. Pero eso es porque es poco práctico llevarlo largo con tanta humedad, teniendo poco tiempo para las duchas y más encima ya estaba en pésimo estado.

Eso.

Ah, e igual hace unos días pude pegarme un buen paseo, subí las fotos hace unos días. Algo es algo. Quizás escriba algo interesante también un día de estos.

Ahora dejaré otras fotos de por acá y por allá que no había podido subir antes.

El viaje continúa, aún, desde un sofá vigilado por una chimenea, rodeado, por la lluvia.


Fotos:

1.- Kerikeri











2.- Un pequeño trabajo en la construcción:
















3.-  Un pequeño trabajo en una granja: