martes, 21 de abril de 2015

Viajando por Japón - Las aventuras en Shinkansen

Mágico. la única palabra que podía entender de los carteles frente a mi en la estación de Tokyo, mientras esperaba el Shinkansen que ahora me lleva a Kobe. Y lo único que necesitaba entender. Es curioso como se puede sentir cierta tristeza al abandonar una ciudad que no se conoce. ¿Que extraños fenómenos metereológicos encontraron su resonancia en mi?, no lo sé. Pero algo pasó entre el aire y mis islas.

Cuando llegué a Japón desde Nueva Zelanda una sensación de vértigo se apoderó de mi. Después de un año en un lugar extraño, que hice hogar gracias a ciertos amigos, trabajo y el tiempo, por fin salía de nuevo a la incertidumbre. Y nada menos que a un lugar que parecía mucho más hostil en mi mente, con un idioma completamente ajeno y una cultura que solo he rozado. Todo era diferente, excitante.

Llegué al Aeropuerto y de inmediato tomé el tren a Osaka. Me entrevistaron para un programa de viajeros, pero como tenía que irme no duro mucho el tema. Mi primer contacto. Después, el primer viaje en Shinkansen, sin saber bien que era aún. Vista al Monte Fuji. Recorrer con la mirada la vértebra de la isla. Todo era caótico, nervioso, ansioso adentro. Con suerte entendía las señales, pero llegué bien a Osaka, y con esa misma línea pude atravesar parte de la ciudad y llegar a la estación donde quedaba el hostal donde me juntaría con Simon. Llegué un poco antes de lo previsto, así que no me sentí tan mal por perderme un poco, lo que es completamente normal al principio. Y después.

Recorrimos Osaka esa noche. Nos perdimos. Encontramos el hostal y vimos la ciudad de noche. Osaka es especial, más ligera, más amable. Y con mucho estilo. Un poco más despeinada. Al día siguiente era Hiroshima. Partimos a la estación y de nuevo a un Shinkansen. Hermosa ciudad, potente. La visita al Domo y en especial el Museo de la Bomba Nuclear fueron probablemente de las experiencias más fueres que he tenido hasta ahora. De Hiroshima sorprende la rescilencia, la fortaleza tras la destrucción, y como se trata de mantener viva la lucha contra las armas nucleares, aunque se sienta como una solitaria voz.

De Hiroshima partimos al día siguiente a Miyajima por el día, la isla de la puerta en el agua. Pequeños ciervos dando vueltas por todos lados, hermosos templos budistas, un fondo puro de naturaleza, el juego de la marea. No terminamos de recorrerla y quedamos de volver unos días después, justo para una ceremonia que leí se haría el 15 de abril.

Volvimos a Hiroshima y de ahí fuimos a Fukuoka. En realidad a Kokura, una ciudad cercana. La salida de la estación de trenes era de otro mundo, del futuro que imaginabamos en los 80's. Llegamos al hostal y ahí conocí por primera vez un Kotatsu, un sueño desde hace un tiempo. Conocimos a un par de chicas japonesas que estaban ahí, compartimos canciones, música y nos hicieron un baile tradicional al estilo Hokkaido, buena noche. Al día siguiente fuimos a Fukuoka y Hakata, pasé al museo de Fukuoka, maravillosa experiencia, y recorrimos la playa, aunque el dia estaba gris y por ende vacía.

Llegamos a Kokura y a la noche fuimos a un Karaoke japonés con las chicas que conocimos la noche anterior. Otro sueño hecho realidad. Canté hasta que me dio hipo en una de esas salas cerradas, pensé que no me iba a gustar tanto, pero es una excelente experiencia. Y al día siguiente había que marchar, rumbo a Kagoshima.

Kagoshima es el extremo sur de Kyushu, al frente esta la isla de Sakurajima, con un gigante y activo volcán que sorprende de vez en cuando. Poco después de llegar al hostal recorrimos la ciudad y al poco andar decidimos ir a la isla, que queda a pocos minutos en Ferry. Caminamos un poco por los alrededores y pasamos la tarde en los baños para pies más largos del mundo, o algo así. Al día siguiente recorrimos la ciudad en bicicleta y tuvimos un día más bien tranquilo, aunque la sensación de andar por ahí, los templos, las calles, los puentes, en bicicleta, era increíble. Y al otro día temprano, fuimos a la isla nuevamente, en búsqueda de unos Onsen, o baños termales. Después de caminar por más de 2 horas rumbo a uno, contra el viento y con mucha ceniza, llegamos -después de perdernos un par de veces- y estaba cerrado. Pero alcanzamos a ver el lugar donde cultivan los rábanos más grandes del mundo, y de eso si estoy seguro, Record Guinness y todo. Al final nos devolvimos en micro y esperandola conocimos a un señor de por ahí que nos habló de otro Onsen más cerca de la estación del Ferry, a dónde el iba y listo, llegamos.

Es una experiencia maravillosa la de los baños japoneses, puede ser un poco rudo al principio, porque todos entran desnudos, y uno no esta muy acostumbrado a eso, pero al rato se pasa, y se disfruta, la vista, las aguas, todo. Hasta la forma de lavarse al final, sentado en un banquito, todo parece extraño y a la larga es más eficiente. Hace sentido.

Al otro día partimos rumbo a Kumamoto, ya yendo de regreso rumbo a Osaka. Hermosa ciudad, gran castillo, mucho Kumamon por todas partes. Sucede que algunas ciudades tienen algo así como mascotas y la de Kumamoto es un oso negro con cachetes rojos, y es de lo más popular en Japón, así que hay tiendas de él y souvenirs por todas partes. Escribí una lesera en la parte más alta de ese castillo, mientras aún llovía, y al poco andar salió un arcoiris, tan fuerte y nítido como jamás había visto.

Después de terminar de vagar por Kumamoto fuimos a Fukuoka otra vez, o sea, a Kokura. Desde allí a la mañana siguiente fuimos a Miyajima, la isla al frente de Hiroshima, para la ceremonia Hiwatarishiki, en la que se camina sobre cenizas. En ese viaje entendí muchas cosas, despertaron otras. Presencié la ceremonia y participé en ella. Escribí bastante ese día.

Volvimos a Fukuoka, perdón, Kokura, y al día siguiente despertamos temprano, ya que teníamos una cita para un tour por la fábrica de Mazda. Para que mencionar el contraste, y aún así era increíble ver como funciona por dentro un lugar en el que se producen 18 mil autos por día. Algo oscuro había en ese trabajo, en todo caso, si bien la gente (no estaba todo robotizado, habían varias personas trabajando), no se veía triste, de todas formas el sistema me produjo algo. 2 minutos para hacer tu pega por auto, y después otro, y otro. No sé. Complejo. Muy complejo.

Terminamos al mediodía y paseamos por Hiroshima otra vez, en búsqueda de un lugar para comer que habíamos encontrado la última vez por ahí y que no recordábamos dónde quedaba. La misión fue un éxito y comí como cerdo. En la tarde fuimos a Kobe, dónde estoy ahora, pero solo a dejar nuestros bolsos y a saludar (y conocer por mi parte) a la gente del hostal donde voy a trabajar. Todo super bien y después nos fuimos a Osaka. Conocimos a unas chicas escosas, salimos a comer, y de ahí paseamos un poco por la ciudad. Pero no mucho, al día siguiente había que partir a Tokyo.

Tokyo

El primer día fue llegar e ir a Akihabara, cerca de la estación de Tokyo. Esta era una cita que tenía pendiente desde que decidí venir a Japón. Al bajar de la estación del metro la sonrisa era implacable. El caos de una publicidad disparada por todas partes, tiendas y personas brillantes, eléctricos, muchos extranjeros, que compartían el mismo rostro de ilusión que solo un verdadero creyente puede tener cuando llega, después de un arduo peregrinaje, al templo más importante de su religión.

Sin saber muy bien dónde empezar, fuimos con Simon a Mandarake, uno de los edificios clásicos con temas de anime, figuras y cultura manga en general. No pude evitar pensar en mi hermano y mi primo, quienes hubieran gozado más que yo con el espectáculo. Compré un Totoro, que sería lo único no consumible que he adquirido acá, y es que simplemente no lo pude evitar, y seguimos en marcha.

Dimos vueltas por las calles viendo todo ese caos ordenado y por esas cosas de la vida decidí cortarme el pelo ahí. Algo que quería hacer hace un buen tiempo y que tenía reservado para las tierras niponas. Si bien estaba tentado por algo extravagante, la peluquería que encontré era tipo más convencional, por no decir antigua, así que -sumado a la barrera ideomática- solo pedí un corte estándar. Mi corte de Akihabara.

Después de dar más vueltas e ir a los juegos, golpear unos tambores, y ver por fuera un sin número de tiendas decidimos que ya era momento de marchar. Esa tarde nos quedamos de juntar con un amigo de Simón, Atsushi y una amiga de él, Haruko, en Ginza, un barrió así como elegante dentro de Tokyo, con tiendas Luis Vuitton, Cartier y esas cosas. De una nos sentimos fuera de lugar, pero era entretenido al mismo tiempo. Nos juntamos con los chicos y nos ayudaron a encontrar un lugar para quedarnos, ya que no teníamos nada visto, pensando que iba a ser más fácil en Tokyo. Error, gran error. Al final nos quedamos en un Internet-Cafe, extraña experiencia que no sé si recomendar o no. Solo diré extraña experiencia. Antes, en todo caso, salimos a comer con Atsushi y Haruko a un lugar de curry y después a un pub clásico debajo de un puente, ahí vimos una cara más amable y no tan plástica de Ginza.

Al día siguiente despertamos muy temprano, ya que era difícil dormir en el Internet-Cafe y empezamos la mañana yendo rumbo al centro, a la estación de Tokyo y al castillo imperial. Hermosos jardines y un espacio abierto increíblemente grande para ser el centro de la ciudad. El foso era descomunal y el castillo solo lo vimos de lejos, aparentemente no se puede entrar sin reservación.

Después fuimos a Ueno, Simon lo describe como la Quinta Normal de Tokyo, y tiene mucho sentido. Un parque hermoso, amplio, mucha vida alrededor, templos y una feria gigante, simple, entretenida. Almorzamos ahí y nos dedicamos a ver gente pasear. Después nos quedamos en el parque, y repetimos el plato con una cerveza (en Japón se pude tomar en la calle y espacios públicos).

Finalmente fuimos a Shunjuku, un barrio de los más populares y poblados de Tokyo, Simon se tenía que juntar con un amigo en Yokohama así que nos separamos en el mirador de la torre del gobierno y ahí me quede un buen rato, observando toda la inmensidad de la ciudad. Después de recorrer un poco más Shunjuku fui al hostal en Nakano donde había reservado una noche, solo a dejar mis cosas, para después juntarme con el hermano de un amigo de mi hermano, un Escoses muy buena onda que vive en Tokyo hace 4 años y me enseñó unos bares en Shibuya (el centro de la acción nocturna de la ciudad, y dónde esta uno de los cruces peatonales más famosos del mundo), y de ahí fuimos a comer a uno de esos restaurantes dónde te llegan los platos en por unas bandas mecánicas, junto a una pareja amiga de él, una chica japonesa y un chico mitad inglés mitad japo. Buena onda todos, genial noche, que cerramos con unas cervezas cerca de ahí.

A la mañana siguiente me fui a recorrer Harajuku, dónde hay un parque hermoso, de árboles gigantes y uno de los templos más importantes del Sintoismo. Habían unos tour gratis que hacía gente que estudiaba inglés y aproveché, me meti en un grupo y la pasé de lujo. Recorriendo, conversando, etcétera. Después me fui a Takeshita Dori, una calle de tiendas loquísimas y un clásico del barrio. Al rato partí a Shibuya de nuevo, para verlo de día esta vez, y era igualmente impresionante y terminé en Akihabara una vez más, recorriendo los recovecos, el templo dónde bendicen tu aparatos, laptops, celulares, etc, y las tiendas más escondidas y ya después de eso estaba destrozado, porque andaba cargando con mi mochila, no la grande, pero igual pesaba, así que decidí que ya era tiempo de tomar el último Shinkansen que podía con mi JR pass, rumbo a este hermoso hostal en Kobe, en el que me quedaré un par de semanas.


Y así se fueron 14 días, y un poco más. Así fueron, a grandes rasgos, estas dos semanas en las que tuve la fortuna de vagar por Japón. Y veremos como se vienen estas otras, quizás con menos movimiento en kilómetros, pero, ¿quien sabe acerca de lo demás?

Fotos:

Fukuoka - Hakata











Kokura

 Kagoshima



Sakurajima (Al frente de Kagoshima)















Y las otras fotos las dejo para después, porque ya son muchas


lunes, 13 de abril de 2015

En el Aeropuerto - El último día en Nueva Zelanda

Ya en el Aeropuerto, con tiempo de sobra y nada que hacer antes de tomar el avión. Una infinita calma resalta en comparación a la última vez que estuve acá, dónde nervioso me aferraba a una pareja Argentina que ya tenía algo de experiencia en estas tierras, teniendo todo y la nada enfrente y una energía que ahora envidio. 

En el fondo los nervios están igual, pero se mecen bajo la máscara de una cara seria. Me voy de acá, de esté país que de alguna torcida manera conquiste, que hice mio aún siendo un extraño. Indescifrable alquimia que deja el día a día de un año. Y en especial de los últimos meses, de Wellington, de los amigos, del departamento, el Mt. Victoria, la noche y la rutina.

Ahora voy a un país aún más ajeno que este, pero a diferencia de la primera vez un amigo me espera. A diferencia de esa vez, son solo vacaciones, un mes y algo, quien sabe. No hay que jugarsela, nada que rasguñar, aunque no deja de ser vertiginosamente ajena la noción de un Japón. Pero allá vamos, quizás aún no despierto a la realidad de que veré un lugar que nunca imaginé conocer en mi vida, quizás la tristeza de dejar lo que fue un hogar, los amigos, la incertidumbre absoluta de decir adiós y no saber si volveré a decirles hola, es lo que ensombrece este momento.

Nunca viví en otro lado que no fuera Santiago, no con conciencia al menos, cuando niño estuve en Valparaíso y alrdedores, poco después en Ecuador, pero desde que empecé a razonar que ya estaba en esa gran urbe hundida en la tierra. Y yo también estaba hundido con ella, por eso necesité la energía de una nave espacial para romper la gravedad y atreverme a salir. Y lo hice así, a pura energía, a puro fuego. Y no temí ni por un segundo que mi adiós a la gente en Santiago fuera para siempre. Sabía que era tan solo un hasta luego, quizás uno largo, de uno o unos cuantos años, no lo tenía claro, pero si estaba la certeza de ser solo un hasta luego. Y ahora no.

Es la primera vez que vivo esto, y me siento totalmente desarmado. En desventaja. Sin cultura de viajes, sin armadura en la piel y si bien sé que así como nunca me imaginaba ir a dónde voy ahora, puede que vaya en algunos años a por el mundo, a por ellos, a ver a mis amigos. Pero sabemos, los de esa tierra perdida que es Chile, lo difícil que es salir de ella.Y temo por mi, por no tener otra vez la energía que necesité para hacerlo hace poco más de un año.

Digamos que estoy triste.

Ciertamente hay muchas cosas que no hice en Nueva Zelanda, algunas de las que se consideran fundamentales incluso, como ir a la isla sur, ir a ciertos lugares turísticos como Hobbiton o el Tongariro, y claro, por más de alguno pasé por enfrente, en otros me quede en la entrada y a otros solo los vi de lejos, por rata, por que no me interesaba, porque no se pudo en su momento.

Trabajé como chino, y me alegro de ello, de saber que pude sacar la pega en cosas tan extrañas para mi hace unos años como el ser temporero, empaquetador en una fábrica, ayudante de cocina o limpiador en un hostal, llegando incluso a ser supervisor nocturno, algo que de verdad me sorprendió. Aprendí que la dignidad no está en el trabajo, sino en los trabajadores y que nada es tan malo, ni tan terrible, si se hace con amigos.

Y si bien no pude ahorrar lo que hubiese querido, ya que mucho tiempo -sobre todo en el invierno- lo pasé con trabajos esporádicos que alcanzaban apenas para pagar los gastos, lo definitivo es que del total de lo que gané en este año, ahorré más de la mitad, gracias a lo que puedo seguir viajando un poco más. Y no me molesta decirlo, pero me siento orgulloso de aquello, de haber (inconscientemente) seguido las enseñanzas de mi abuela: La mitad para gastos, la mitad para el ahorro.

En el tema de las relaciones de pareja, bueno, no fue un buen año. No conocí a nadie especial por estos lados, y por un tiempo intentamos, con alguien a quien quiero mucho, reflotar una relación a distancia. Lo que no resultó, pero me dejó muchas enseñanzas. Aunque como me lo han hecho ver algunos de esos amigos y amigas que voy a extrañar, todavía no estoy bien de aquello, todavía queda algo que cerrar. Y por lo mismo me perdono (o intento) el no ser un Don Juan, el no tener historias que contar al respecto. Y no las voy a inventar tampoco. Soy lo que soy, he hecho lo que he hecho, y sería.

Me gustaría decir que lo que tiene que venir vendrá en su momento. La verdad no lo sé, y siento que ya he asimilado cierto pesimismo al respecto, pero veremos, quizás solo sea un periodo. Al menos me gustaría que así fuera.

¿Qué más?, bueno, sé que después de Japón viene Corea, no creo que por mucho tiempo una o dos semanas cuando mucho, y con suerte después China. De ahí, ni idea. Tengo algunos planes, pero veremos, aun queda tiempo y parte del tema es que en el camino las cosas vayan ocurriendo también. Por lo mismo se aceptan sugerencias, ideas, consejos, todo lo que se les ocurra, para poder seguir viajando y ver el mundo. O vivirlo.

Creo que ahora ya estoy bastante más tranquilo, incluso debajo de esa máscara de seriedad, de verdad, en la piel. 
Una vez más, el mágico poder curativo de las palabras.


Ah, y bueno, nunca vi ni un Kiwi ni un Wombat, de hecho, aún dudo que haya uno por acá.



Últimas fotos en NZ:


En el Aeropuerto:

 Despedidas:
(Extrañando a Tom! y nos falto Sina también!)
(Falta la gran María aquí)


Auckland, antes del aeropuerto:










La "azotea" del depa en Wellington: