Mágico.
la única palabra que
podía entender de los carteles frente a mi en la estación de Tokyo,
mientras esperaba el Shinkansen que ahora me lleva a Kobe. Y lo único
que necesitaba entender. Es curioso como se puede sentir cierta
tristeza al abandonar una ciudad que no se conoce. ¿Que extraños
fenómenos metereológicos encontraron su resonancia en mi?, no lo
sé. Pero algo pasó entre el aire y mis islas.
Cuando
llegué a Japón desde Nueva Zelanda una sensación de vértigo se
apoderó de mi. Después de un año en un lugar extraño, que hice
hogar gracias a ciertos amigos, trabajo y el tiempo, por fin salía
de nuevo a la incertidumbre. Y nada menos que a un lugar que parecía
mucho más hostil en mi mente, con un idioma completamente ajeno y
una cultura que solo he rozado. Todo era diferente, excitante.
Llegué
al Aeropuerto y de inmediato tomé el tren a Osaka. Me entrevistaron
para un programa de viajeros, pero como tenía que irme no duro mucho
el tema. Mi primer contacto. Después, el primer viaje en Shinkansen,
sin saber bien que era aún. Vista al Monte Fuji. Recorrer con la
mirada la vértebra de la isla. Todo era caótico, nervioso, ansioso
adentro. Con suerte entendía las señales, pero llegué bien a
Osaka, y con esa misma línea pude atravesar parte de la ciudad y
llegar a la estación donde quedaba el hostal donde me juntaría con
Simon. Llegué un poco antes de lo previsto, así que no me sentí
tan mal por perderme un poco, lo que es completamente normal al
principio. Y después.
Recorrimos
Osaka esa noche. Nos perdimos. Encontramos el hostal y vimos la
ciudad de noche. Osaka es especial, más ligera, más amable. Y con
mucho estilo. Un poco más despeinada. Al día siguiente era
Hiroshima. Partimos a la estación y de nuevo a un Shinkansen.
Hermosa ciudad, potente. La visita al Domo y en especial el Museo de
la Bomba Nuclear fueron probablemente de las experiencias más fueres
que he tenido hasta ahora. De Hiroshima sorprende la rescilencia, la
fortaleza tras la destrucción, y como se trata de mantener viva la
lucha contra las armas nucleares, aunque se sienta como una solitaria
voz.
De
Hiroshima partimos al día siguiente a Miyajima por el día, la isla
de la puerta en el agua. Pequeños ciervos dando vueltas por todos
lados, hermosos templos budistas, un fondo puro de naturaleza, el
juego de la marea. No terminamos de recorrerla y quedamos de volver
unos días después, justo para una ceremonia que leí se haría el
15 de abril.
Volvimos
a Hiroshima y de ahí fuimos a Fukuoka. En realidad a Kokura, una
ciudad cercana. La salida de la estación de trenes era de otro
mundo, del futuro que imaginabamos en los 80's. Llegamos al hostal y
ahí conocí por primera vez un Kotatsu, un sueño desde hace un
tiempo. Conocimos a un par de chicas japonesas que estaban ahí,
compartimos canciones, música y nos hicieron un baile tradicional al
estilo Hokkaido, buena noche. Al día siguiente fuimos a Fukuoka y
Hakata, pasé al museo de Fukuoka, maravillosa experiencia, y
recorrimos la playa, aunque el dia estaba gris y por ende vacía.
Llegamos
a Kokura y a la noche fuimos a un Karaoke japonés con las chicas que
conocimos la noche anterior. Otro sueño hecho realidad. Canté hasta
que me dio hipo en una de esas salas cerradas, pensé que no me iba a
gustar tanto, pero es una excelente experiencia. Y al día siguiente
había que marchar, rumbo a Kagoshima.
Kagoshima
es el extremo sur de Kyushu, al frente esta la isla de Sakurajima,
con un gigante y activo volcán que sorprende de vez en cuando. Poco
después de llegar al hostal recorrimos la ciudad y al poco andar
decidimos ir a la isla, que queda a pocos minutos en Ferry. Caminamos
un poco por los alrededores y pasamos la tarde en los baños para
pies más largos del mundo, o algo así. Al día siguiente recorrimos
la ciudad en bicicleta y tuvimos un día más bien tranquilo, aunque
la sensación de andar por ahí, los templos, las calles, los
puentes, en bicicleta, era increíble. Y al otro día temprano,
fuimos a la isla nuevamente, en búsqueda de unos Onsen, o baños
termales. Después de caminar por más de 2 horas rumbo a uno, contra
el viento y con mucha ceniza, llegamos -después de perdernos un par
de veces- y estaba cerrado. Pero alcanzamos a ver el lugar donde
cultivan los rábanos más grandes del mundo, y de eso si estoy
seguro, Record Guinness y todo. Al final nos devolvimos en micro y
esperandola conocimos a un señor de por ahí que nos habló de otro
Onsen más cerca de la estación del Ferry, a dónde el iba y listo,
llegamos.
Es
una experiencia maravillosa la de los baños japoneses, puede ser un
poco rudo al principio, porque todos entran desnudos, y uno no esta
muy acostumbrado a eso, pero al rato se pasa, y se disfruta, la
vista, las aguas, todo. Hasta la forma de lavarse al final, sentado
en un banquito, todo parece extraño y a la larga es más eficiente.
Hace sentido.
Al
otro día partimos rumbo a Kumamoto, ya yendo de regreso rumbo a
Osaka. Hermosa ciudad, gran castillo, mucho Kumamon por todas partes.
Sucede que algunas ciudades tienen algo así como mascotas y la de
Kumamoto es un oso negro con cachetes rojos, y es de lo más popular
en Japón, así que hay tiendas de él y souvenirs por todas partes.
Escribí una lesera en la parte más alta de ese castillo, mientras
aún llovía, y al poco andar salió un arcoiris, tan fuerte y nítido
como jamás había visto.
Después
de terminar de vagar por Kumamoto fuimos a Fukuoka otra vez, o sea, a
Kokura. Desde allí a la mañana siguiente fuimos a Miyajima, la isla
al frente de Hiroshima, para la ceremonia Hiwatarishiki, en la que se
camina sobre cenizas. En ese viaje entendí muchas cosas, despertaron
otras. Presencié la ceremonia y participé en ella. Escribí
bastante ese día.
Volvimos
a Fukuoka, perdón, Kokura, y al día siguiente despertamos temprano,
ya que teníamos una cita para un tour por la fábrica de Mazda. Para
que mencionar el contraste, y aún así era increíble ver como
funciona por dentro un lugar en el que se producen 18 mil autos por
día. Algo oscuro había en ese trabajo, en todo caso, si bien la
gente (no estaba todo robotizado, habían varias personas
trabajando), no se veía triste, de todas formas el sistema me
produjo algo. 2 minutos para hacer tu pega por auto, y después otro,
y otro. No sé. Complejo. Muy complejo.
Terminamos
al mediodía y paseamos por Hiroshima otra vez, en búsqueda de un
lugar para comer que habíamos encontrado la última vez por ahí y
que no recordábamos dónde quedaba. La misión fue un éxito y comí
como cerdo. En la tarde fuimos a Kobe, dónde estoy ahora, pero solo
a dejar nuestros bolsos y a saludar (y conocer por mi parte) a la
gente del hostal donde voy a trabajar. Todo super bien y después nos
fuimos a Osaka. Conocimos a unas chicas escosas, salimos a comer, y
de ahí paseamos un poco por la ciudad. Pero no mucho, al día
siguiente había que partir a Tokyo.
Tokyo
El
primer día fue llegar e ir a Akihabara, cerca de la estación de
Tokyo. Esta era una cita que tenía pendiente desde que decidí venir
a Japón. Al bajar de la estación del metro la sonrisa era
implacable. El caos de una publicidad disparada por todas partes,
tiendas y personas brillantes, eléctricos, muchos extranjeros, que
compartían el mismo rostro de ilusión que solo un verdadero
creyente puede tener cuando llega, después de un arduo peregrinaje,
al templo más importante de su religión.
Sin
saber muy bien dónde empezar, fuimos con Simon a Mandarake, uno de
los edificios clásicos con temas de anime, figuras y cultura manga
en general. No pude evitar pensar en mi hermano y mi primo, quienes
hubieran gozado más que yo con el espectáculo. Compré un Totoro,
que sería lo único no consumible que he adquirido acá, y es que
simplemente no lo pude evitar, y seguimos en marcha.
Dimos
vueltas por las calles viendo todo ese caos ordenado y por esas cosas
de la vida decidí cortarme el pelo ahí. Algo que quería hacer hace
un buen tiempo y que tenía reservado para las tierras niponas. Si
bien estaba tentado por algo extravagante, la peluquería que
encontré era tipo más convencional, por no decir antigua, así que
-sumado a la barrera ideomática- solo pedí un corte estándar. Mi
corte de Akihabara.
Después
de dar más vueltas e ir a los juegos, golpear unos tambores, y ver
por fuera un sin número de tiendas decidimos que ya era momento de
marchar. Esa tarde nos quedamos de juntar con un amigo de Simón,
Atsushi y una amiga de él, Haruko, en Ginza, un barrió así como
elegante dentro de Tokyo, con tiendas Luis Vuitton, Cartier y esas
cosas. De una nos sentimos fuera de lugar, pero era entretenido al
mismo tiempo. Nos juntamos con los chicos y nos ayudaron a encontrar
un lugar para quedarnos, ya que no teníamos nada visto, pensando que
iba a ser más fácil en Tokyo. Error, gran error. Al final nos
quedamos en un Internet-Cafe, extraña experiencia que no sé si
recomendar o no. Solo diré extraña experiencia. Antes, en todo
caso, salimos a comer con Atsushi y Haruko a un lugar de curry y
después a un pub clásico debajo de un puente, ahí vimos una cara
más amable y no tan plástica de Ginza.
Al
día siguiente despertamos muy temprano, ya que era difícil dormir
en el Internet-Cafe y empezamos la mañana yendo rumbo al centro, a
la estación de Tokyo y al castillo imperial. Hermosos jardines y un
espacio abierto increíblemente grande para ser el centro de la
ciudad. El foso era descomunal y el castillo solo lo vimos de lejos,
aparentemente no se puede entrar sin reservación.
Después
fuimos a Ueno, Simon lo describe como la Quinta Normal de Tokyo, y
tiene mucho sentido. Un parque hermoso, amplio, mucha vida alrededor,
templos y una feria gigante, simple, entretenida. Almorzamos ahí y
nos dedicamos a ver gente pasear. Después nos quedamos en el parque,
y repetimos el plato con una cerveza (en Japón se pude tomar en la
calle y espacios públicos).
Finalmente
fuimos a Shunjuku, un barrio de los más populares y poblados de
Tokyo, Simon se tenía que juntar con un amigo en Yokohama así que
nos separamos en el mirador de la torre del gobierno y ahí me quede
un buen rato, observando toda la inmensidad de la ciudad. Después de
recorrer un poco más Shunjuku fui al hostal en Nakano donde había
reservado una noche, solo a dejar mis cosas, para después juntarme
con el hermano de un amigo de mi hermano, un Escoses muy buena onda
que vive en Tokyo hace 4 años y me enseñó unos bares en Shibuya
(el centro de la acción nocturna de la ciudad, y dónde esta uno de
los cruces peatonales más famosos del mundo), y de ahí fuimos a
comer a uno de esos restaurantes dónde te llegan los platos en por
unas bandas mecánicas, junto a una pareja amiga de él, una chica
japonesa y un chico mitad inglés mitad japo. Buena onda todos,
genial noche, que cerramos con unas cervezas cerca de ahí.
A la
mañana siguiente me fui a recorrer Harajuku, dónde hay un parque
hermoso, de árboles gigantes y uno de los templos más importantes
del Sintoismo. Habían unos tour gratis que hacía gente que
estudiaba inglés y aproveché, me meti en un grupo y la pasé de
lujo. Recorriendo, conversando, etcétera. Después me fui a
Takeshita Dori, una calle de tiendas loquísimas y un clásico del
barrio. Al rato partí a Shibuya de nuevo, para verlo de día esta
vez, y era igualmente impresionante y terminé en Akihabara una vez
más, recorriendo los recovecos, el templo dónde bendicen tu
aparatos, laptops, celulares, etc, y las tiendas más escondidas y ya
después de eso estaba destrozado, porque andaba cargando con mi
mochila, no la grande, pero igual pesaba, así que decidí que ya era
tiempo de tomar el último Shinkansen que podía con mi JR pass,
rumbo a este hermoso hostal en Kobe, en el que me quedaré un par de
semanas.
Y así
se fueron 14 días, y un poco más. Así fueron, a grandes rasgos,
estas dos semanas en las que tuve la fortuna de vagar por Japón. Y
veremos como se vienen estas otras, quizás con menos movimiento en
kilómetros, pero, ¿quien sabe acerca de lo demás?
Fotos:
Fukuoka - Hakata
Kokura
Sakurajima (Al frente de Kagoshima)
Y las otras fotos las dejo para después, porque ya son muchas