lunes, 13 de julio de 2015

No es un Sayounara, es un Mata Ne


Han pasado casi 20 días desde que dejé Japón, pero parecen un par de meses. En este tiempo Corea, China y ahora Mongolia han pasado a la velocidad de un tren por mis ojos. Mis recuerdos se confunden, y llevo tanto tiempo sin ordenarlos que ahora se agolpan de súbito en mi frente.

En Japón las últimas semanas viví hermosas aventuras, si pudiera decirlo de alguna forma, en familia. Siempre con base en Yume Nomad -el hostal/hogar en Kobe- fui con mis amigos japos de Nueva Zelanda (y Niclas, que es alemán) a Nara y Kyoto, hermosas ciudades. Con Masaki, que fue un hermano allá en tierras niponas y Yuki, uno de sus mejores amigos, cruzamos las Rokko Mountains y llegamos a la ciudad de Arima dónde habían increíbles Onsen (en esas montañas se me perdió mi celular, que no me importaba tanto, si no más bien las fotos que ahí tenía). Fuimos a varias fiestas, incluyendo una en que Masaki era el DJ, evento para el que lo vi practicar y trabajar día y noche por semanas. Hicimos salidas deportivas con los chicos del hostal, o mejor dicho salimos a dar jugo corriendo por ahí; fuimos a improvisar con bongoes y otros instrumentos al puerto y hasta viví el día en que Evangelión comenzó (22 de Junio del 2015) estando en el Nippon, además de tantas otras cosas que ahora se me escapan. 

También pase varias veces por Osaka, en especial por el trámite de la visa a China, que no hubiera podido hacer sin la ayuda de Hitomi, quien un par de semanas antes de que me fuera llego a trabajar al hostal siendo una buena amiga y compañía en aquellos últimos días. También Sarah, Elizabeth y en especial Janet, estudiantes de intercambio que estaban haciendo lo mismo que yo, trabajando a cambio de acomodación. Claro que ellas hablaban japones, porque estaban estudiándolo allá, pero que fuera el único sin un buen nivel de nihon-go no impidió que la pasara bien, que disfrutara todos esos días. Esa vida. Que a pesar de todo el movimiento de estas semanas, igual añoro. 

Poco después finalizar los trámites de la visa a China, escribí esto:

Con tiempo de sobra tras derrotar a un Leviatan ablandado
En un itinerario perfecto, con un mapa infalible para sortear el caos organizado del metro de Osaka
Un mapa escrito con las letras tibias del cariño
Vi, vidi, vinci
Y voy de vuelta con la visa para China
De vuelta al último día en el que ha sido mi hogar, en Kobe
Vi, vidi, vinci. Pero en plural, y con una reducida participación mía.
Incluso diría que vieron, fueron y vencieron, por mi.
Trato, al respirar, de hacer mía esa preocupación, esa consideración con el perdido, con el extraviado.
Dos mapas.
Espero lograrlo

Y recordando, poco después, escribí sobre el comienzo de ese último día:

En la mañana el viento me despidió suave, desbordante
He aprendido a escuchar su adiós
Es siempre a su tiempo, cerca del final
Y escalé dos montañas de silencio
Para despedirme con él
Entonces entendieron los gatos
que ya no había que salir corriendo a primera vista
Y se despidieron, quietos
y se despidieron, con sutiles movimientos,
y se despidieron, quietos.
Terminé de anudar mis zapatillas
y emprendí la calma, con el mapa
de la página pasada

La despedida fue triste. Siempre lo es cuando se deja buena gente y no se sabe cuando -o si es que- los volverás a ver. Mayumi, Aki, Hiro, Masaki, Hitomi, Mariko, Janet, Sarah, Elizabeth. Creo que ya lo he dicho, pero lo más difícil de este tipo de viajes es decir adiós. 

Aquella última noche en el hostal me cortaron el pelo (Haircut party!!) e hicimos una celebración especial, nos reímos, comimos pizza y tomamos harto vino chileno (mi único legado en Japón es el jote, y estoy orgulloso de aquello), y así se nos pasó la noche. La mañana siguiente estaba lloviendo, y todos los chicos se juntaron en la puerta para decir adiós. No, no adiós. Mata ne, que es un hasta pronto. Y saludando hacia atrás caminé rápidamente al metro, para que no me alcanzaran los sentimientos.

Después dejé que la mezcla entre el nerviosismo y la tristeza caldeara en una pasividad contemplativa, mientras iba en el metro, y después en el bus hacia el aeropuerto. Y seguí igual, pasando por la aduana, pagando de más por el peso de los bolsos, esperando unas horas por el retraso del avión, volando, bajando en Incheon, buscando los bolsos, después en el metro, llegando a la Hongik Station y al rato al hostal dónde me quedaría poco menos de una semana. Pero eso ya es Corea..

Dejo algunas fotos de los últimos días en Japón:

La última tardesita en el hostal: 














Haircut Party!:

















Nara y Kyoto!:







Rokko Mountain! y Arima: