miércoles, 14 de enero de 2015

Despedidas

Miraba de reojo la calle, el monte. El cielo. Como si fuera respirar entre brazadas mar adentro. Cada choque contra las olas una frase, un chiste, una pregunta, una respuesta.

Siempre he sido muy emocional, no es de extrañarse que me afecte tanto separarme de mis mejores amigos en este continente. Especialmente de Tom, con quien he compartido todas las pérdidas, en sus dos sentidos, es decir tanto derrotas como desorientación, y así mismo todas las victorias, que usualmente han sido -en esencia- levantarse, ponerse de pié otra vez. Y seguir avanzando tras los errores.

Hoy finalmente vinieron por la pieza que arrendamos, lo que se necesitaba para que los chicos pudieran partir tranquilos, pues tenemos una garantía amarrada a la pieza y para recuperarla hay que tener a la gente que ocupará la pieza, ya que ellos la tienen que pagar, y los siguientes arrendatarios la tendrán que pagar a ellos. Un sistema de cadena extraño, pero inteligente desde la perspectiva del "Landlord", quien así se asegura tener siempre a alguien arrendando los cuartos.

Es una pareja de Irlanda la que se quedará acá, se ven simpáticos. Pero bueno, no dejo de marearme un poco cuando pienso que me quedaré en esta ciudad. Es extraño. La vida viajando es como un reality show -estúpidamente es lo más cercano que encuentro como ejemplo- las emociones se intensifican, y si le sumamos mi personalidad arisca, los chicos han sido con quienes he pasado más tiempo en total, probablemente, en mi vida. Sin considerar a mi familia, claro. Y por lo mismo siento como que me separo de ella. 

Se irán el lunes, hasta entonces conviviremos todos, apretados, en el depa, ya que la pareja -Freyja y Evan, si no me equivoco al escribir sus nombres- necesitaban un lugar donde quedarse y no querían seguir gastando en un hostal y bueno. Al final resolvimos que se quedaran acá por mientras.

Por lo demás la próxima semana (el 22) empiezo el turno nocturno, y con eso se cristaliza el cambio mpleto. Se ve un poco oscuro todo. Y no lo digo para jugar con las palabras, de verdad tengo miedo. Un tranquilo pánico. No es como cuando llegué a Nueva Zelanda, cuando todo era horizonte y caos. Ese era otro miedo. Ahora es uno de aguantar, como he aguantado hasta ahora, pero un poco más. De resistir. Pero sin la novedad, sin el toque familiar que construimos en estos meses que parecieron años. Detalles, como la posibilidad de relajarse en el silencio, de calmarse solo con la presencia, o entenderse, y reír, usando malamente un idioma ajeno como puente.

Ya lo decía al principio de este blog. Lo más difícil que he tenido -y aún tengo-, que enfrentar, son los adiós. El ver partir, o el partir. Y creo que solamente me era posible sobrellevarlo hasta ahora porque tenía a mis amigos al lado, y con ellos un camino. Hoy tengo un camino también, estamos haciendo malabares con la Caro para tratar de que funcione. Y en eso me apoyo. En ella y en que resulte todo, o no, pero que al menos lo intentemos. 


Pero aún así, esta será una de las despedidas más difíciles, de siempre.